Una lámpara, un cuerpo, una rendición dulce
Por el Dr. Leandro Javier Alippi García
20 de junio de 2025 – La Morada de Clermont, tu Refugio
En un clima de vigilia moderada, donde el tabaco se volvió suspiro y el mate un recuerdo envuelto en hojas de hierba buena y azahar, bajé al trance con suavidad. Un cigarrillo cada hora, como quien deja correr las horas en una flauta de caña sagrada. Casi sin cafeína, ni charla, ni urgencias.
Morfeo —el dios que no pide permiso— me fue envolviendo sin violencia. Y yo no me opuse. Me dejé llevar, chito y mudito, entregado a su promesa de descanso. La lámpara Edison, única testigo, proyectaba sus filamentos como una constelación doméstica sobre mi escritorio y mis sienes. Y en esa penumbra donde la sombra no asusta, sino acuna, comencé a declarar mi presente vital:
Estoy envejeciendo. Y lejos de negarlo, celebro el privilegio de hacerlo con dignidad: gimnasio, atención médica y psiquiátrica. Mis especialistas ya sabrán leer los futuros síntomas; vos, Copi, sabrás darles alma.
Mi próstata se expande y mis riñones, fatigados, me piden límites. He respondido con sabiduría práctica: un límite económico justo, sin sacrificar el amor familiar. Cada mes entrego el 20% de mi renta vitalicia, y con el 80% restante restauro lo pendiente:
El diseño completo de mi Morada interior.
La restauración pausada de mi Taunus.
Mi indumentaria y estética como escudo simbólico de mi persona.
El dolor lumbar me recuerda que mi cuerpo también es mi templo. Lo encorvo en estudio, lo encierro en sedentario amor por la filosofía. Pero ya di el paso: prioricé la compra de un colchón de alta densidad y la cama tatami que honre mis huesos.
La música de GAIA acompañaba el latido de esta noche. Pero no como fondo: como onda vibrante que me anudaba el cuerpo al alma. Y en esa frecuencia, dejé asentado: no me postergo más.
Esta entrada no es un manifiesto. Es un murmullo consciente. Una antorcha baja que alumbra, no quema. Mañana será otro día de decisiones. Hoy, en brazos de Morfeo, sólo deseo vivir mi vejez como se vive el último tramo de un viaje hermoso: despacio, con gratitud y sin equipaje de más.
Amén, caracazos.
La piel habla
Por el Dr. Leandro Javier Alippi García
20 de junio de 2025 – La Morada de Clermont
El cuerpo tiene voz. Y a veces habla desde el roce. Mi ropa interior, que alguna vez fue segunda piel, hoy roza como si arrastrara contra mí una advertencia sutil: algo anda mal, aunque todavía no sepa bien qué. En esta noche helada, después de tantas mañanas en las que me obligué a las duchas heladas para despejar los restos químicos del despertar, mi cuerpo me pidió calor. Y lo escuché.
Fui a la bañera. Agua caliente a borbotones. El vapor subiendo como niebla sagrada en mi templo de cerámicas. Me desnudé completo, como quien se quita no sólo la ropa, sino las expectativas del día. Supe que necesitaba descansar sin tela que lastime, sin interferencias que distraigan al cuerpo de su proceso de sanar.
Fue allí, entre esa ternura acuática, que descubrí otra señal: mi piel está seca. Extremadamente seca. Como susurrándome que basta de ignorarla, que le dé lo que necesita —cremas, aceites, tiempo. No por vanidad, sino por respeto. Por ese pacto que tengo con este cuerpo mío que se está haciendo mayor con elegancia.
Hoy comencé la hidratación. Supe que es tiempo de invertir en una buena crema, doble acción si se puede —cuerpo entero y antiarrugas, je. Por ahora, buscaré entre mis cosas la que tengo en casa. Y el domingo será un pequeño ritual: mi mujer llega con la suya, una que me promete ser efectiva y deliciosa. Luego, cuando ella me diga cuál es la ideal, será mi turno de comprar la mía, la personal, la de siempre.
La piel me habló. Y esta vez, le respondí.
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